La dermatitis describe numerosos trastornos dermatológicos caracterizados generalmente por eritema e inflamación de la piel. Tanto eccema como dermatitis se emplean de forma indistinta para definir los trastornos cutáneos inflamatorios de etiología desconocida. Existen muchos tipos de eccema. En concreto la dermatitis atópica (DA) es una forma de eccema (erupción) que engloba distintos procesos cutáneos inflamatorios caracterizados por lesiones eritematosas, edematosas, papulares y costrosas. Se estima que la DA afecta a un 10-20% de los niños, y un 60% de los pacientes son diagnosticados durante el primer año de vida, mientras que otro 30% presentan la enfermedad antes de los cinco años de edad. Normalmente, aparece a los 2-3 meses de edad.
Aunque la piel seca no suele ser grave, puede asociarse a un deterioro de la calidad de vida en pacientes con sequedad debido al prurito acompañante y, en algunos casos, la posible concurrencia de infección, dolor e inflamación.
La DA tiene una base genética, el 70% de los casos de DA tienen antecedentes familiares de atopía, pero su expresión está modificada por el exposoma o conjunto de factores externos (contaminación, radicales libres, alimentación, estrés, etc) que activan procesos de inflamación a través de la expresión de citoquinas y quimiocinas (IL-4, IL-3 y factor de necrosis tumoral). Además, la filagrina, proteína esencial en el proceso de diferenciación epidérmica se ha demostrado que está íntimamente relacionada con la DA, ya que incluso con una sola mutación en FLG aumenta el riesgo de que un individuo desarrolle DA, y hay 35 mutaciones conocidas en el gen de la FLG. Todo ello, se traduce en una irritación de la piel, a causa de una mayor penetración de alérgenos, una disminución de las proteínas de la barrera cutánea y, una concentración reducida de lípidos y ceramidas. De este modo, la piel atópica tiene una menor capacidad para retener la humedad.
La DA se diagnostica por criterios clínicos, no existen pruebas de laboratorio confirmatorias, aunque muchos pacientes muestran niveles elevados de IgE y eosinofilia en sangre periférica. En cuanto a las manifestaciones clínicas, inicialmente se presentan en forma de enrojecimiento y descamación de las mejillas, que puede progresar hasta afectar a la cara, el cuello, la frente y las extremidades. Pueden formarse costras y pústulas por el frotamiento y rascado. Las infecciones cutáneas asociadas o secundarias, especialmente las bacterianas, pueden ser comunes, y agravan la DA. Más del 90% de las lesiones cutáneas en los pacientes con DA alberga Staphylococcus aureus, aunque éste sea el más frecuente, también pueden encontrarse estreptococos. Además, los pacientes con DA, también pueden desarrollar infecciones por virus o Molluscum contagiosum.
El tratamiento de la DA tiene como objetivo interrumpir el ciclo picor-rascado, mantener la hidratación de la piel, evitar o minimizar factores que desencadenen o agraven el trastorno y prevenir infecciones secundarias.
Entre las medidas preventivas y modificaciones del estilo de vida, tenemos:
-Utilizar sábanas de algodón lavadas con un detergente suave y con un segundo ciclo de enjuague.
-Lavado y aclarado minucioso de las prendas nuevas con un detergente no perfumado, así como evitar los suavizantes.
-Baños de 3-5 minutos como máximo, y el agua tibia, acompañados de lociones limpiadoras suaves, no jabonosas.
-Después del baño, la piel debería secarse con toalla de algodón, dando palmaditas, con la aplicación posterior de una hidratante y emoliente para ayudar a conservar el contenido acuoso. La hidratación y emoliencia se recomienda dos veces al día.
-Mantener las uñas cortas, lisas y limpias, para evitar la introducción de bacterias, a través de microfisuras.
Muchas veces nos dicen que el consumo de omega-3 en los niños es muy recomendable para su correcto crecimiento ¿Pero sabemos realmente por qué?.
Se han hecho diversos estudios, fundamentalmente, en neonatos, que vinculan la mejoría cognitiva y el desarrollo de la visión particularmente con la ingesta de DHA, lo cual refuerza aún más la necesidad de que en el crecimiento y desarrollo del lactante se debe asegurar un aporte adecuado.
El ácido docosahexanoico (DHA) es el omega-3 más abundante en el cerebro y desempeña en él un papel estructural fundamental; y tanto el DHA como el ácido ecosapentaenoico (EPA) son fundamentos de gran cantidad de sustancias reguladoras de la función cerebral. Es decir, que la complementación con omega-3 ayuda al desarrollo cognitivo y neurológico del niño.
Puede no tener efectos positivos obvios durante los primeros meses de vida, antes del desarrollo importante de las funciones cognitivas ejecutivas como la memoria, la retención del habla, la organización en las tareas, etc. (que ocurre después de los 18 meses de edad); sin embargo, se evidencian posteriormente en los niños que han sido complementados desde los primeros meses. Al comparar en un estudio longitudinal la evolución cognitiva de niños alimentados con fórmulas infantiles enriquecidas con DHA con la de niños cuyas fórmulas infantiles no habían sido enriquecidas, las diferencias significativas entre ambos tipos de alimentación no aparecieron hasta los tres y los cinco años en cuanto a efectos beneficiosos significativos en el aprendizaje de las reglas y en tareas ejecutivas de inhibición, los cinco años en cuanto a vocabulario y los seis años en cuanto al coeficiente de inteligencia.
Se puede deducir que la complementación con DHA ha demostrado ser eficaz y segura para la mejora de las habilidades de lectura en niños sanos pero con bajo rendimiento escolar, y se ha asociado con mejoras en la memoria. También en la conducta, el aprendizaje y el sueño.
Hay que destacar que el omega-3 puede tener efectos positivos en trastornos neurológicos como la dislexia, el trastorno del desarrollo de coordinación, y el trastorno por déficit de atención/hiperactividad (TDAH).
Y, por último, las dietas ricas en antioxidantes y en omega-3 pueden reducir significativamente la prevalencia e incidencia de asma, rinitis alérgica y dermatitis atópica (incluso en niños con predisposición hereditaria a la a atopía).
Especial cuidado hay que tener con la suya, y es que es unas 10 veces más fina que la nuestra. Esta delgadez la hace más vulnerable a infecciones, golpes o irritaciones. Además, no han desarrollado totalmente el sistema inmune que les ayuda a protegerse. Por lo que en general, es menos resistente y tolerante a agresiones externas.